«Avanzaremos aboliendo la prostitución, que esclaviza a las mujeres en nuestro país».
Esta es una de las frases estrella del discurso del presidente del gobierno, Pedro Sánchez, en el acto de clausura del 40.º Congreso Federal del PSOE, celebrado en Valencia entre los días 15 y 17 de octubre.
En la afirmación citada destacan tres palabras que es preciso analizar en su significado y en la intención que subyace en su utilización.
En primer lugar, debe resaltarse que con el término «prostitución» el señor Sánchez se refiere a la femenina, no a la masculina; no porque no exista, sino porque el hombre se sitúa en un nivel ontológico diferente al de la mujer, en el que no cabe la victimización de carácter sexual ni de otro tipo.
A continuación, llama la atención el uso del gerundio del verbo «abolir» con una connotación que es más política que lingüística toda vez que la prostitución no es una ley, ni un precepto, ni una costumbre: ¡es un hecho social!, anterior, incluso, a toda sociedad formalmente constituida: nació con el ser humano y desaparecerá con él; por lo tanto, se puede prohibir pero en ningún caso abolir mediante una norma legal.
No menos engañosa es la afirmación en la que da por sentado que «esclaviza» a las mujeres; tergiversación cuya propagación se inició en Madrid hace más de una década con una campaña basada en el eslogan «Porque tú pagas, existe la prostitución».
Últimamente, esta estrategia se cambió por una más agresiva con los usuarios de estos servicios que se ofrecen en el libre mercado, que tiene como objetivo estigmatizarlos y criminalizarlos arrojando contra su persona de forma despectiva y culpabilizadora el epíteto «putero», el cual en castellano tan solo hace referencia a los hombres que mantienen relaciones sexuales con prostitutas.
Es probable que en un futuro próximo se comience a emplear con igual propósito el insulto «hijo de putero» en sustitución del tradicional «hijo de puta», a pesar de que no puede tener el mismo significado dado que en todas las culturas la dicotomía macho-hembra determina ciertos aspectos de la realidad de quienes las integran en función de su sexo biológico. Esta particularidad ya la plasmó Freud en «Contribuciones a la psicología del amor», escrito en el que concluye que «la anatomía es el destino».
Pero… ¿Por qué existe la prostitución? Porque las mujeres se prostituyen. ¿Y por qué se prostituyen las mujeres? Porque en las comunidades y en las organizaciones humanas, en las que se incluyen las profesionales, las religiosas y las políticas, el cuerpo de la mujer joven y bella puede ser una fuente de recursos de toda índole. También el del hombre; aunque por otras cualidades y de distinta manera.
Lo que se niegan a aceptar los agentes sociales, y los ciudadanos, es que prostitución y autonomía de la voluntad no son incompatibles, y para reafirmarse en su error se apoyan en estadísticas y estudios sesgados, o directamente manipulados, acerca del origen y la causa de la pervivencia a lo largo de millones de años de esta actividad económica primordialmente femenina. Con autonomía de la voluntad estoy entendiendo aquí lo que entiende la Bioética, que define la persona autónoma «como un individuo capaz de deliberar sobre sus objetivos personales y actuar bajo la dirección de esta deliberación».
Desde luego, aunque la gente lo desconozca, la inmensa mayoría de las prostitutas gozan de una autonomía de la voluntad muy superior a la que disponen las mujeres que trabajan en el servicio doméstico, las cuidadoras de las residencias de ancianos, las cajeras de supermercado, las empleadas del servicio de habitaciones de los hoteles, las limpiadoras de baños y pasillos de hospitales y facultades universitarias, etcétera.
¿Hay, quizá, en estos quehaceres, y en otros muchos que he obviado, alguna clase de esclavismo que por no estar vinculado a prácticas sexuales, sino a «ganarse la vida honradamente», nos impide reconocer su existencia?
En «Los días del hombre», el doctor Besançon, médico francés que vivió a caballo de los siglos XIX y XX, nos ofrece una conclusión con respecto a este tema digna del sociólogo más reputado:
«Los mojigatos se empeñan en que se cierren las casas ya cerradas. ¡Qué malos son estos moralistas!
»En rigor, los viejos podrán echarse una amiga, lo cual es ya bastante amenazador para la paz del hogar. Pero, a los feos, a los tartamudos, a los vergonzosos, a los Quasimodos… ¿Quién les venderá una ilusión? ¡Cómo! ¡Ya no más enfermeras de los sentidos! ¡Ya no limosnas! ¡Ya no piedad! ¿Es que no hay ya bastantes desheredados que se tiran al Sena?».
Reflexión que se complementa a la perfección con un dicho cubano que invito al lector a someter a su libre consideración:
«El trabajo embrutece, el juego ilustra, la putería es lo que da placer».